martes, 22 de marzo de 2011

被爆者

A raíz de las alarmas nucleares en Japón hoy El País publica una entrevista a uno de los supervivientes de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. En Japón se les llama hibakusha (被爆者), que es un término japonés que significa “persona bombardeada”. Aquí tenéis la entrevista. Además os dejo algunos testimonios de los acontecimientos que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico.

Recordad: son los últimos episodios de la guerra, que está acabada en Europa desde abril de 1945. Los Estados Unidos quieren forzar a Japón a rendirse, así que su presidente, Henry Truman, decide aprobar el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima (y de paso justificar el gasto de millones de dólares que el gobierno estadounidense había invertido en el Proyecto Manhattan)

A las 8:15, el bombardero B-29, “Enola Gay”, al mando del piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima a little boy, nombre en clave de la bomba de uranio. Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión, seguido de un resplandor que iluminó el cielo. En minutos, una columna de humo color gris-morado con un corazón de fuego (a una temperatura aproximada de 4000º C) se convirtió en un gigantesco “hongo atómico” de poco más de un kilómetro de altura. Uno de los tripulantes de “Enola Gay” describió la visión que tuvo de ese momento, acerca del lugar que acaban de bombardear: “parecía como si la lava cubriera toda la ciudad”.


Después de la explosión sobre Hiroshima, los norteamericanos esperaban la rendición inmediata de Japón. Pero esto no sucedió. El alto mando japonés dio por hecho que los Estados Unidos sólo tenían una bomba atómica y, ya que el daño estaba hecho, se mantuvieron en armas. Sin embargo, esta actitud de los japoneses fue prevista por los estadunidenses y, para demostrar que tenían más bombas y de mayor fuerza destructiva, arrojaron una segunda bomba.

El 9 de agosto, a las 11:02 de la mañana, el espectáculo de la aniquilación nuclear se repitió en Nagasaki, situada en una de las islas menores de Japón llamada Kyushu. El bombardero B-29, “Bock’s Car”, lanzó sobre esa ciudad industrial a fat boy, una bomba de plutonio, con la capacidad de liberar el doble de energía que la bomba de uranio.

Hiroshima después de la bomba atómica

Cinco días después, los japoneses se rindieron incondicionalmente ante las fuerzas aliadas. Con ello, la Segunda Guerra Mundial, que empezó en 1939, se dio por terminada.


Os dejo además dos testimonios de dos hibakushas. El primero es el de Taeko Teramae, tenía 15 años en el verano de 1945 y se encontraba en su escuela de secundaría la mañana del 6 de agosto.
«Se oyó un ruido espantoso y se hizo una oscuridad total. Yo me encontré atrapada, sin poder mover ninguna parte de mi cuerpo. El edificio empezaba a desmoronarse y un olor nauseabundo volvió el aire irrespirable. Vomité. El polvo me entraba por los ojos y la boca.
Entre el estrépito creciente de los escombros que caían se oían gritos de socorro “Mama, ¡Ayúdame! ¡Ayúdame estoy herida!” Noté algo viscoso en la boca. Después me di cuenta de que toda mi ropa estaba mojada. Hoy sé que la sangre de mis heridas llenaba mi ropa y había penetrado en mi boca. Luché encarnizadamente por salir de donde estaba y, finalmente, a tientas, conseguí alcanzar la escalera. Allí encontré una multitud de cadáveres entremezclados. La gente vagaba, con la piel quemada echa jirones. Algunos se tiraron al río. Fue entonces cuando mi cara empezó a hincharse. Al poco tiempo no puede ver nada. Me invadió el terror. Después llegó mi profesora y sentí una inmensa tranquilidad. Me condujo a un puesto de socorro. El trayecto fue terrible, plagado de escenas infernales, y gritos de “¡Socorro, mamá!; ¡me duele! ¡Agua!”»

El segundo de los testimonios es el de un médico de un hospital de Hiroshima de 1945.

«Era temprano y la mañana aparecía cálida y hermosa (…). Vestido con una camiseta y un pantalón, estaba tendido sobre el suelo del salón, exhausto porque había estado de guardia en el hospital y no había dormido en toda la noche.
De repente, un destello cegador me sobresaltó (…). Las sombras del jardín desaparecieron y la luz, que había sido muy intensa y brillante durante un segundo, dio paso a una gran oscuridad (…).
Con sorpresa descubrí que estaba completamente desnudo. ¡Qué raro! ¿Dónde estaban mi camiseta y mi pantalón? ¿Qué había sucedido? Tenía la parte derecha del cuerpo con cortes y sangre; una astilla de madera sobresalía de mi cadera y algo caliente me vino a la boca. Tenía una herida en la mejilla y un grueso trozo de cristal clavado en el cuello (…). Nuestra propia casa comenzó a moverse y se derrumbó entre una nube de polvo (…). El fuego se extendía y un viento abrasador comenzó a soplar (…). Había unas siluetas humanas (…) que se movían como espantapájaros, reflejando un gran dolor manteniendo los brazos separados de sus cuerpos. Estas gentes me inquietaron hasta que descubrí que estaban quemados y que mantenían sus brazos separados del cuerpo para evitar el doloroso roce de las superficies en carne viva. En verdad, una cosa era común a todo el mundo. Un completo silencio»

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